"Desaba que no fuera verdad para que él no tuviera nada”. Testimonio de una madre portadora de VIH

Es 9 agosto de 2009. “Ella” da a luz a su segundo hijo.

Es el cuarto miembro de la familia, y decide sólo quedarse con dos. Y solicita ser sujeta al salpingo, pero la operación de ligadura de trompas fue suspendida. El doctor argumenta que a sus “veintitantos”, es muy joven para dejar de tener hijos.
Seis días después, le piden recomiendan dejar de amamantar al recién nacido y acudir al Capasits. Al día siguiente, ahí en la clínica pública, se le notifica a ella y su esposo que son portadores de VIH. En ese cuarto, acompañada de la psicóloga, recuerda que no hubo reclamos a quien la contagió. Pese a que su pareja fue el responsable, su enfoque es “Bebé”.
“De primero lo que se me vino a la mente fue él, si él lo tenía o no lo tenía”.
Ella sentada en ese pequeño cuartito, un cuatro por cuatro de colores freso y un escritorio seminuevo, intentan recordar detalles.Él, Bebé, girando alrededor de la silla. Es un niño atractivo de dos años que juega con una pistola para silicón.
Sus manos no dejan de frotarse. Mira constantemente a la especialista y yo intento ser objetivo. Ella evita hablar de su pareja.
“Fui a un médico particular a solicitar el salpingo, el doctor no me quiso operar. Me dijo que era muy joven. Como a los seis días me hablaron que le suspendiera pecho al bebé. Por medio de mi esposo me dijeron que fuera al Capasits y me dijeron que tenia VIH”.
Dudo, pero al final me atrevo a preguntarlo; “ese día, cuando te enteraste, ¿que te vino a la mente?”.
Faltan días para que el pequeño cumpla dos años y cuatro meses. Los ojos de Ella se humedecen mientras la doctora sigue dándole confianza con la vista. Ella se queda un momento en silencio. Las lágrimas salen y se tapa el rostro. La doctora está lejos para tomar su mano.
"Sé que es difícil recordarlo, sé lo doloroso que es regresar".
"Ella" me mira.
“Yo sólo decía que..-titubea, pasa saliva y mira al pequeño que juega al rededor de la silla. Está aun con sus mejillas húmedas, embarradas por la manga de la blusa- lo que me interesaba era él. Que no fuera verdad para que él no tuviera nada”.
Hasta dos meses después de que Ella fue diagnosticada cero positivo, y tras dos pruebas negativas, “Bebé” es llevado al Centro Nacional de Pediatría en la Ciudad de México, “y fue cuando me avisaron”, me dice.
Para la mayoría de los portadores de VIH/Sida, el temor es asociado a la muerte. Para Ella es su hijo. En su piel morena se nota la preocupación.
Quizá por eso no es difícil contarlo. Nunca baja la mirada, que es fija.
“No ha sido fácil, va ir creciendo, va a ir haciendo preguntas, no sé como le vaya a ir a él, no sé que vida vaya a llevar él… Mi pregunta es, ¿como le va a ir. Nada más. Si será así como al principio me fue a mí, que le va ir a él. Si va a ver gente qué lo rechace, si va a haber gente qué no lo vaya a querer, en la escuela, en todos lados”.
Hoy Ella acude al Capasits a su tratamiento mensual. El pequeño lo hará en unos meses en el Centro Nacional de Pediatría en la Ciudad de México. Por eso no duda que Bebé tenga salud. Pero sí de los tabúes.
“¿te sientes segura? ¿Sabes que él va a estar bien?”, pregunto.
“En cuestión de salud sí. En cuestión de la gente no creo. Porque a pesar del tiempo en que estamos, hay gente, ¿como se dice?, muy cerrada”.
Por momentos, trata de evitar el recuerdo. Le pregunto si todos los días pide a alguien por su hijo.
“Todos los días pido a Dios, y con la ayuda de mi otra hija de nueve años, que es quien me da toda la fuerza”.
A pesar de la incertidumbre de su rostro y sus pensamientos, Ella se antoja una mujer fuerte. Joven y fuerte.
Intento pedir un consejo, un llamado a las otras mujeres que como ella, cumplieron con su función de ama de casa, de pareja y de madre.
“De mi parte si ya lo tengo, me tengo que cuidar, no puedo decir hubiera. Si yo me hubiera enterado antes de que lo tuviera no me hubiera embarazado, o me hubiera atendido luego-luego, pero me atendí cuando me alivié”.
Durante la entrevista ella sonríe mucho. Casi me despido.
“¿no participas con grupos de ayuda?”, inquiero.
“No he venido. No me gusta confiarlo en grupos, me es muy difícil. He venido y platico con la psicóloga, en reuniones no. Siento que voy a ir para abajo”.
Tomo mi grabadora y ella toma a su pequeño que también se despide. Me da la mano y sonríe. Me despido de una mujer valiente. Una mujer fuerte

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