El 'Águila Negra' y la casa de los abuelos
Cada verano, luego de 9 o 10 horas de carretera para alegarse de la hoy CDMX, seguían un par de horas de camino, la mitad, de terracería. La travesía, extrema para la infancia, tenía clímax de fondo: la casa de los abuelos; del desgranado de mazorca de maíz al molinito para la tortilla - esa sí- recién hechecita; la limpieza - esa también- del agua de pozo; el chorro en un extraño bosque selvático, un miniparaíso en el monte, el café con pemoles de Chanita; el olor a casa de adobe. Había que paliar con algo, mosquitos y mosquiteros, sin energía eléctrica, o sea, no caricaturas. De ahí, decenas de historias de verano, de juegos de niños, de la cercanía de la naturaleza, del contacto directo con la huasteca. Ésta y la falta de energía fueron en una peculiaridad, un recuerdo eterno en particular. Mi viejo, Gabo -mi abuelo-, tenía una vieja radio gris, esas que eran comunes en las 'fayucas'. Llegando por pilas gordas -tipo D- para alimentar el alma. La sintonía era con la música de