Oda en Silencio

Los pies avanzan por la solitaria calle empedrada.


En otro sitio es temprano, apenas después de las 10 y media de la noche, para este pueblo si lo es.

En cada paso, mientras hacia adentro en sus calles, huele el miedo, ¿viene del interior o de ambiente?.

Todo es tan pasivo que se pueden percibir las voces, los susurros de los rumores que desde hace una semana brincan de labios a oído, incontenibles, con una velocidad fugaz, y que se impregnan.

A medio camino un mudo habla por teléfono, pero esta vez no es gracioso.

En casi un kilómetro solo dos negocios abiertos, sin gente, y más de 100 casas con la luz ya apagada y los ojos bien abiertos.

Las piedras no han dejado de sonar bajo los pies, se mueven automáticamente, ni más fuerte, ni más despacio.

Si se pudiera ver el miedo, sería un enorme monstruo, y mientras el shock colectivo es más fuerte. Hace ver los disturbios de Lovecraft como muppets.

Cada alma reculada en sus 4 muros en pueblo, puede contar una historia diferente, pero con un solo guión.

Cada mente forma sus imágenes; son creadas del morbo y el rumor, asestadas mágicamente en cognoscitivo, un trágico collage, una sangrienta hipótesis, y una tristeza que no cabe en las calles llenas de temor.

De pronto de percibe la gran cantidad de perros, callejeros que poblan aquí, en manadas, ladran, entre el aire frío y el silencio, perciben el miedo y lo trasmiten.

Conforme pasan los minutos, conforme el noqueo relaja, el cerebro se desentume, y la realidad baja, se cuela en el viento y enchina la piel.

Así, en medio de la nada, de llantos escondidos, de plegarias en silencio, de amistades inoportunas, vuela finalmente solo y postra, duerme y descansa, pero no calla, aun se oye.

Por los tragos que faltaron compadre.

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